LOS MOTIVOS DEL SUFRIMIENTO.

INTRODUCCIÓN.

* Es una antigua pregunta. Hace 4.000 años, una víctima de reveses personales, familiares y Económicos habló a los cielos silentes y suplicó: «...hazme entender por qué contiendes Conmigo. ¿Te parece bien que oprimas, que deseches la obra de tus manos...?» (Job 10:2,3). Todavía se hacen estas preguntas: «¿Acaso me odia Dios? ¿Es por eso que permite que sufra tanto? ¿Por qué yo y no otros?. 
Existen respuestas, no exhaustivas, pero sí suficientes para entender un poco el dolor, y para que aprendamos a beneficiarnos del sufrimiento. En las páginas siguientes, Kurt De Haan, uno de nuestros escritores, nos muestra que aunque puede que el cielo no conteste todas nuestras preguntas, sí nos da las respuestas que necesitamos para confiar y amar a Aquel que, en nuestro dolor, nos pide que nos acerquemos a Él.La vida puede ser difícil de entender. En el intento de abordar las crudas realidades de nuestra existencia, podemos frustrarnos fácilmente. Anhelamos respuestas al inmenso problema del sufrimiento. Incluso puede que nos preguntemos por qué a la gente buena le pasan cosas malas y a la gente mala le pasan cosas buenas. Muchas veces las respuestas parecen evasivas, ocultas, fuera de nuestro alcance.

Claro, sería lógico que a un terrorista lo matase su propia bomba, que un conductor temerario sufriese un accidente grave, que una persona que juegue con fuego se queme.
Hasta sería lógico que un fumador empedernido muriese de cáncer.
Pero, ¿qué podemos decir de los hombres, mujeres y niños inocentes que mueren víctimas de un atentado terrorista? ¿Y del joven que sufre daños graves en el cerebro porque un conductor borracho provocó un accidente, o la persona cuya casa se quema sin que haya tenido ella la culpa? ¿O, del niño de dos años que contrae leucemia?
Es peligroso y hasta necio pretender que tenemos una respuesta completa al porqué Dios permite el sufrimiento. Las razones son muchas y complejas. Es igualmente impropio exigir entender dichas razones. Cuando el afligido Job del Antiguo Testamento se dio cuenta de que no tenía derecho a exigir una respuesta de parte de Dios dijo: «...Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía...» (Job 42:3).
Sin embargo, Dios sí nos ha dado algunas respuestas. Aunque no sepamos por qué una persona en particular contrae una enfermedad, sí sabemos parte de la razón por la que existen las enfermedades. Y aunque puede que no entendamos por qué enfrentamos un problema en particular, sí podemos saber cómo lidiar con la situación y responder de forma que agrade al Señor.
”El sufrimiento constituye, sin lugar a dudas, el mayor desafió para la fe cristiana.”  John Stott
¿Por qué un Dios bueno permite el sufrimiento?
En nuestro dolor, ¿dónde está Dios? Si Dios es bueno y compasivo, ¿por qué la vida es a veces tan trágica? ¿Ha perdido Dios el control? O, si Él todavía tiene el control, ¿qué es lo que trata de hacerme a mí y a otros?
Algunas personas han optado por negar la existencia de Dios porque no pueden imaginarse un Dios que permita la desgracia. Otros creen que Dios existe, pero no quieren nada con Él porque no creen que pueda ser bueno. Otros se han conformado con creer en un Dios bondadoso que nos ama, pero que ha perdido el control de un planeta rebelde. Aún otros se aferran con firmeza a creer en un Dios sapientísimo, todopoderoso y amoroso que de alguna manera usa el mal para bien.
Si escudriñamos la Biblia descubrimos que la misma presenta a un Dios que puede hacer todo lo que desee. A veces actúa por misericordia y hace milagros a favor de su pueblo.
Sin embargo, en otras ocasiones ha optado por no hacer nada para impedir la tragedia. Se supone que esté íntimamente involucrado en nuestras vidas, y sin embargo, a veces parece sordo cuando clamamos pidiendo ayuda. En la Biblia, nos asegura que controla todo lo que sucede, pero a veces permite que seamos el blanco de personas malas, de malos genes, de virus peligrosos o de desastres naturales.
Si le pasa lo que a mí, seguramente anhela poder tener una respuesta a este enigmático asunto del sufrimiento. Creo que Dios nos ha dado suficientes piezas del rompecabezas para ayudarnos a confiar en Él incluso cuando no tenemos toda la información que nos gustaría tener. En este breve estudio veremos que las respuestas básicas de la Biblia son que nuestro buen Dios permite el dolor y el sufrimiento en el mundo para alertarnos al problema del pecado, para dirigirnos a responderle en fe y esperanza, para moldearnos de manera que seamos más semejantes a Cristo, y para unirnos, de forma que nos ayudemos mutuamente.
Para alertarnos
Imagínese un mundo sin dolor. ¿Cómo sería? En principio la idea puede sonar atractiva.
Se acabaron los dolores de cabeza, de espalda, los males estomacales, las palpitaciones cuando el martillo le da en el dedo y no en el clavo, los dolores de garganta. Sin embargo, tampoco habría una sensación que le permitiese darse cuenta de que tiene un hueso roto o un ligamento desgarrado. No habría una alarma que le permitiese saber que tiene una úlcera haciéndole un agujero en el estómago, ni molestia que le advirtiera de un tumor canceroso que crece para invadir todo su cuerpo. No habría angina de pecho que le permitiese saber que los vasos sanguíneos que llegan a su corazón se están obstruyendo, ni dolor que le advirtiera de un apéndice herniada.
Por más que aborrezcamos el dolor, tenemos que admitir que muchas veces tiene un propósito bueno. Nos advierte cuando algo no anda bien. El verdadero problema es la causa de la desgracia, no la agonía en sí. El dolor es simplemente un síntoma, una sirena o campana que suena cuando una parte del cuerpo está en peligro o se halla bajo ataque.
En esta sección veremos cómo el dolor podría ser la manera de Dios de alertarnos respecto a que:
1. Algo anda mal en el mundo.
2. Algo anda mal con las criaturas de Dios.
3. Algo anda mal en mí.
Cualquiera de estos problemas podría ser la razón del dolor en nuestras vidas. Examinemos cada uno de los posibles diagnósticos.
Para alertarnos
Algo anda mal en el mundo. La triste condición de nuestro planeta indica que algo ha salido terriblemente mal. El sufrimiento que experimentamos y la angustia que percibimos en los demás indica que el sufrimiento no discrimina raza, condición social, religión ni moralidad. Puede parecer cruel, fortuito, sin propósito ni fin determinado, grotesco y totalmente fuera de control. A las personas que tratan de ser buenas les suceden cosas malas, y a los que disfrutan la maldad les suceden cosas buenas.
La aparente injusticia de ello nos ha impactado a casi todos nosotros. Recuerdo cuando mi abuela estaba muriendo de cáncer. Mis abuelos se mudaron a mi casa. Mi madre, enfermera de profesión, la cuidó en sus últimos meses. Mamá le daba los calmantes. Mi abuelo deseaba desesperadamente que se curase. Finalmente llegó el día en que una carroza fúnebre se llevó su cuerpo frágil y enflaquecido. Sé que mi abuela está en el cielo, pero con todo, me dolió. Detesté el cáncer entonces, y todavía lo detesto.
Mientras estoy aquí sentado pensando en todo el sufrimiento que han experimentado mis amigos, compañeros de trabajo, parientes, vecinos y hermanos en la fe, casi no puedo creer lo larga que es la lista, y eso que no está completa. Estas personas han sufrido mucho sin que aparentemente hayan tenido la culpa de ese sufrimiento: un accidente, un defecto congénito, un desorden genético, un aborto involuntario, un padre abusivo, dolor crónico, un hijo rebelde, una enfermedad grave o accidental, la muerte de un cónyuge o de un hijo, una relación rota, un desastre natural. Simplemente no parece justo. De vez en cuando me siento tentado a dejarme dominar por la frustración.
¿Cómo podemos resolver esto? ¿Cómo vivir con las crueles verdades de la vida sin negar la realidad ni ser vencido por la desesperación? ¿No pudo Dios haber creado un mundo en el que nada saliese mal? ¿No pudo haber hecho un mundo en donde la gente no tuviese nunca la capacidad de tomar malas decisiones ni de herir a otro? ¿No pudo haber creado un mundo donde los mosquitos, la mala hierba y el cáncer no existiesen? Sí pudo, pero no lo hizo. El gran regalo de la libertad humana que Dios nos ha hecho, la capacidad de escoger,
Lleva consigo el riesgo de tomar malas decisiones.
”La Biblia sigue la pista a la entrada del sufrimiento y del mal en el mundo hasta llegar a una terrible cualidad humana: la libertad.” -Phillip Yance
Algo anda mal con las criaturas de Dios. Podemos ser el blanco de actos crueles de otras personas o del ejército rebelde de Satanás. Tanto los seres humanos caídos como los espíritus caídos (ángeles que se han rebelado) tienen la capacidad de tomar decisiones que los perjudican a ellos y a otros.
Las personas pueden causar sufrimiento. Como criaturas libres (e infectadas por el pecado), las personas han tomado y seguirán tomando malas decisiones en la vida. Esas malas decisiones muchas veces afectan a otras personas.
Por ejemplo, Caín, uno de los hijos de Adán, tomó la decisión de matar a su hermano Abel (Gn. 4:7,8). Lamec se jactaba de su violencia (vv.23,24). Sarai maltrató a Agar (Gn. 16:1-6). Labán estafó a su sobrino Jacob (Gn. 29:15-30). Los hermanos de José lo vendieron como esclavo (Gn. 37:12-36), y luego la esposa de Potifar lo acusó falsamente de intentar violarla, por lo cual lo metieron en la cárcel (Gn. 39). Faraón trató con mucha crueldad a los esclavos judíos (Éx. 1). El rey Herodes asesinó a todos los bebés que vivían en Belén y sus alrededores en un intento de matar a Jesús (Mt. 2:16-18).
El dolor que otros nos infligen puede ser por egoísmo de su parte. O puede que usted sea el blanco de persecución debido a su fe en Cristo. A lo largo de la historia, las personas que se han identificado con el Señor han sufrido en manos de aquellos que se rebelan contra Dios.
Antes de su conversión, Saulo era un rabino anticristiano que hizo todo lo posible para hacerles la vida imposible a los creyentes, llegando incluso a cooperar para matarlos (Hch. 7:54-8:3). Pero después de su dramática conversión al Señor Jesús, soportó valientemente todo tipo de persecución al proclamar osadamente el mensaje del evangelio (2 Co. 4:7-12; 6:1-10). Hasta pudo decir que el sufrimiento que soportó lo ayudó a ser más semejante a Cristo (Fil. 3:10). Satanás y los demonios también pueden causar sufrimiento. La historia de la vida de Job es un vivo ejemplo de cómo una persona buena puede sufrir una tragedia increíble debido a un ataque satánico. Dios permitió a Satanás que tomase las posesiones, la familia y la salud de Job (Job 1-2).
Para dirigirnos
Muchas veces, cuando una persona se aleja de Dios le echa la culpa al sufrimiento. Pero por extraño que parezca, también es el sufrimiento lo que da una nueva dirección a otras personas, las ayuda a ver la vida más claramente, y hace que su relación con Dios sea más estrecha. ¿Cómo pueden circunstancias similares tener efectos tan radicalmente diferentes? Las razones se hallan profundamente arraigadas en las personas, no en los acontecimientos.
Un líder muy conocido y franco de los medios de comunicación dijo públicamente que el cristianismo era «una religión para perdedores». Pero no siempre pensó así. De joven estudió la Biblia y asistió a un colegio cristiano. Hablando en tono jocoso del fuerte adoctrinamiento que recibió dijo: «Creo que fui salvo unas siete u ocho veces.» Pero entonces, una dolorosa experiencia cambió su perspectiva de la vida y de Dios. Su hermana menor enfermó gravemente. Él oró para que se sanara, pero después de cinco años de sufrimiento, murió. Se desilusionó de un Dios que permitió que aquello pasara.
Declaró: «Comencé a perder mi fe, y mientras más la perdía, mejor me sentía.» ¿Cuál es la diferencia entre una persona como Él y una como Joni Eareckson Tada? En su libro Where Is God When It Hurts? (¿Dónde está Dios cuando se sufre?), Philip Yancey describe la transformación gradual que se produjo en la actitud de Joni en los años posteriores a la parálisis que le produjo una zambullida en un lago poco profundo.
«Al principio, para Joni era imposible reconciliar su condición con su creencia en un Dios de amor.... Fue muy gradualmente que se volvió a Dios. Después de más de tres años de llanto y duro cuestionamiento, su actitud fue cambiando poco a poco de amargura a confianza» (pp. 133,134).
Bástate de mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad …” -2 Corintios 12:9
Para moldearnos
A los entrenadores atléticos les gusta usar la frase: «Sin dolor no hay ganador.» Como estrella del equipo de atletismo en la escuela secundaria (bueno, tal vez no era una estrella, pero me esforzaba mucho), recuerdo que los entrenadores nos decían a menudo que practicar duro nos sería beneficioso. Y tenían razón. No siempre ganábamos, pero nuestro arduo trabajo sí produjo beneficios obvios.
Aprendí mucho acerca de mí mismo en aquellos años, y hoy día estoy aprendiendo mucho más a medida que me disciplino para trotar diariamente. Muchos días quisiera no hacerlo, no deseo sentir el dolor de tener que hacer ejercicios de estiramiento. Preferiría no llevar el «radiador» de mi cuerpo a ningún extremo, ni tener que luchar contra la fatiga cuando subo por colinas. Entonces, ¿por qué lo hago? El beneficio hace que el dolor valga la pena. Mi presión sanguínea y mi pulso se mantienen bajos, no me crece la barriga y me siento más alerta y saludable.
El ejercicio puede tener beneficios obvios, pero ¿y el dolor que no escogemos nosotros? ¿Qué podemos decir de las enfermedades, los accidentes y la agonía emocional? ¿Qué beneficio puede salir de ello? ¿Ganamos realmente por experimentar ese dolor? Consideremos lo que tenía que decir alguien que sufrió mucho. El apóstol Pablo escribió en Romanos 5:3,4: «...también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza.» Pablo introdujo su afirmación acerca de los beneficios del sufrimiento diciendo: «Nos gloriamos en las tribulaciones.» ¿Cómo pudo decir que debemos gloriarnos o ser felices por tener que vivir una tragedia dolorosa? Es evidente que no nos estaba diciendo que celebrásemos nuestros problemas; más bien nos estaba diciendo que nos regocijásemos por lo que Dios puede hacer, y hará, por nosotros y para Su gloria a través de nuestras pruebas. Las afirmaciones de Pablo nos exhortan a celebrar el producto final, no el proceso doloroso en sí. Con eso no quiso decir que debemos obtener una especie de gozo morboso de la muerte, el cáncer, las deformaciones, los reveses económicos, una relación rota o un accidente trágico. Todas esas cosas son horribles, negros recordatorios de que vivimos en un mundo que ha sido corrompido por la maldición de los efectos del pecado.
El apóstol Santiago también escribió acerca de cómo deberíamos regocijarnos en el resultado final de nuestros problemas. Dijo: «Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna» (1:2-4).
Cuando combinamos las verdades de esos dos pasajes vemos cómo los resultados buenos y dignos de alabanza del sufrimiento son una perseverancia paciente, un carácter maduro y esperanza. Dios puede usar las dificultades de la vida para moldearnos de manera que seamos más maduros en la fe, más piadosos, más semejantes a Cristo.
Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.” –Santiago 1:4
Algo anda mal en mí. Muchas veces, cuando algo anda mal en nuestras vidas, concluimos rápidamente que Dios nos está castigando por algún pecado. Eso no es necesariamente cierto. Como indicamos antes, gran parte de nuestro sufrimiento se debe a que vivimos en un mundo imperfecto habitado por personas imperfectas y espíritus rebeldes.
Los amigos de Job creyeron erróneamente que él estaba sufriendo por algún pecado que había en su vida (Job 4:7,8; 8:1-6; 22:4,5; 36:17). Los propios discípulos de Jesús llegaron a una conclusión equivocada cuando vieron al hombre ciego. Se preguntaron si el problema visual de aquel hombre se debía a un pecado personal o a algo que sus padres habían hecho (Jn. 9:1,2). Jesús les dijo que el problema físico de dicho hombre no estaba relacionado con su pecado personal ni con el pecado de sus padres (v.3).
Con estas precauciones en mente necesitamos lidiar con la dura verdad de que hay sufrimientos que sí son una consecuencia directa del pecado, ya se trate de una disciplina correctiva de parte de Dios hacia los que ama, o de un acto punitivo de Dios a los rebeldes del universo.
Corrección. Si usted y yo hemos depositado nuestra confianza en Cristo como Salvador somos hijos de Dios. Como tales, somos parte de una familia cuya cabeza es un Padre amoroso que nos entrena y nos corrige. Dios no es un padre abusivo y sádico que asesta golpes severos porqueobtiene de ello algún placer perverso. Hebreos 12 afirma:
Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido
por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus y viviremos? Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad (He. 12: 5,6,9,10).
Y a la iglesia de Laodicea Jesús le dijo: «Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete» (Ap. 3:19). El rey David sabía lo que era experimentar el amor firme del Señor. Después de su adulterio con Betsabé y de confabular para que matasen a su esposo en la batalla, David no se arrepintió hasta que el profeta Natán lo confrontó. El Salmo 51 recuenta la lucha de David con la culpa y su clamor por perdón. En otro salmo, David reflexionó en los efectos de tapar e ignorar el pecado. Escribió: «Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano...» (Sal. 32:3,4).
Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina…” -Hebreos 12:5,6
Para unirnos
El dolor y el sufrimiento parecen tener la habilidad especial de mostrarnos cuánto nos necesitamos los unos a los otros. Nuestras luchas nos recuerdan lo frágiles que somos realmente. Incluso la debilidad de los demás puede sostenernos cuando nuestra propia fortaleza se agota.
Esta verdad se hace muy real cada vez que me reúno con un pequeño grupo de amigos de la iglesia para orar y tener comunión. En esos momentos que pasamos juntos regularmente, compartimos nuestras cargas por un hijo enfermo, la pérdida de un empleo, tensiones en el trabajo, un hijo rebelde, la pérdida de un embarazo, hostilidad entre miembros de una familia, depresión, tensiones de la vida diaria, un pariente que no es salvo, decisiones difíciles, delitos en el vecindario, batallas con el pecado y mucho más. Muchas veces al final de esas reuniones he alabado al Señor por el aliento que hemos recibido los unos de los otros. Nos hemos acercado más y nos hemos fortalecido al enfrentar juntos las luchas de la vida.
Estas experiencias personales a la luz de las Escrituras me recuerdan dos verdades clave:
1. El sufrimiento nos ayuda a ver que necesitamos a otros creyentes.
2. El sufrimiento nos ayuda a satisfacer las necesidades de los demás a medida que dejamos que Cristo viva a través de nosotros.
Echemos un vistazo a cada una de las maneras en que Dios usa el dolor y el sufrimiento con el propósito de unirnos con otros creyentes en Cristo.
1. El sufrimiento nos ayuda a ver que necesitamos a otros creyentes. Al describir la unidad de todos los creyentes en Cristo, el apóstol Pablo usó la analogía del cuerpo humano (1 Co. 12). Dijo que nos necesitamos unos a otros para funcionar adecuadamente. Pablo describió la situación así: «De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular» (vv.26,27).
En su carta a los efesios, Pablo dijo de Cristo: «De quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor» (Ef. 4:16).
Cuando empecemos a reconocer todo lo que los otros creyentes tienen que ofrecernos, nos daremos cuenta de lo mucho que podemos ganar acercándonos a ellos cuando pasamos por un momento difícil. Cuando los problemas parecen agotar nuestra fortaleza, podemos descansar en otros creyentes para que nos ayuden a renovar esa fortaleza en el poder del Señor.
¿Cómo puede usted ayudar?
Ahora mismo puede que esté abrumado por el dolor. El sólo pensar en tratar de ayudar a otro puede parecer imposible. Sin embargo, a medida que reciba el consuelo de Dios estará preparado para consolar (2 Co. 1). De hecho, acercarse a otros para ayudarlos puede ser una parte importante del proceso de su propia curación emocional. O tal vez ha leído este librito con la esperanza de ayudar mejor a un amigo o ser querido que sufre. Las sugerencias que se hacen en esta sección están diseñadas para usted también.
Ayudar a otros es arriesgado. Nuestra ayuda puede no siempre ser bienvenida. Es posible que a veces digamos cosas erradas, pero debemos tratar de ayudar. La parábola de Jesús del buen samaritano (Lc. 10:25-37) nos recuerda que somos responsables de ayudar a las personas que sufren que encontramos en nuestro camino. He aquí algunas sugerencias:
No espere a que otra persona actúe primero.
Esté presente físicamente con el que sufre, si es posible, y tóquele la mano o abrácelo propiamente.
Concéntrese en las necesidades de los que sufren y no en su propia incomodidad por no tener las respuestas adecuadas.
Permítales expresar sus sentimientos. No censure sus emociones.
Entérese del problema.
No finja que usted nunca sufre.
Sea breve.
Evite decir cosas como: «No deberías sentirte así» o «Ya sabes lo que tienes que hacer.»
Asegúreles que va a orar por ellos.
Ore! Pídale a Dios que lo ayude a usted y a los que sufren.
Manténgase en contacto.
Ayúdelos a deshacerse de una falsa culpa asegurándoles que el sufrimiento y el pecado no son gemelos inseparables.
Ayúdelos a encontrar perdón en Cristo si sufren a causa de un pecado.
Exhórtelas a que recuerden la fidelidad de Dios en el pasado.
Concéntrese en el ejemplo de Cristo y en su ayuda.
Recuérdelos que Dios nos ama y cuida de nosotros, además de tener el control de todo.Exhórtelos a que vivan un día a la vez.
Exhórtelos a buscar la ayuda que necesitan (amigos, familiares, pastor).
Ayúdelos a darse cuenta de que toma tiempo salir adelante con los problemas.
Recuérdeles el amor pastoral de Dios (Sal. 23).
Recuérdeles que Dios tiene control de todo el universo.
No ignore sus problemas.
No trate de ser artificial intentando «subirles el ánimo». Sea auténtico.
Muéstreles el amor que quisiera que otra persona le mostrase a usted en la misma situación.
Sepa escuchar.
Deles tiempo para sanar. No apresure el proceso.

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